Tras treinta años de silencio en el mundo de la
novela, Elena Soriano reaparece con la publicación en 1985 de Testimonio materno. La obra tuvo tanto
éxito que en seguida se sucedieron las ediciones, y es que la escritora había
hecho frente a un gran reto.
En la novela de posguerra no había cabida para las
autobiografías, ya que el clima de represión reinante amenazaba a los
escritores que exponían sus vivencias más íntimas, sobre todo aquellos de
ideología de izquierdas, como es el caso de la autora. Además, esto afectaba de
forma especial a las mujeres, que, simplemente por su condición de mujer, ya
eran desprestigiadas, lo cual mantenía este tipo de relatos más en la sombra si
cabe. Esta situación continuó así hasta que llegó la democracia. Entonces, una
vez abolida la censura, los relatos autobiográficos comienzan a despuntar.
No obstante, Elena Soriano no solo tuvo la valentía
de publicar una parte íntima de su vida en forma de novela, sino que además se trataba
de un episodio bastante doloroso para ella: la muerte por sobredosis de su hijo
menor. La escritora afronta ese reto para, según ella misma, servir de ayuda a
las mujeres que habían pasado por una situación parecida y se escondían.
Sin embargo, la suya no es la visión de una mujer
abnegada, que vive por y para la maternidad, sino otra bien distinta que puede
sorprender al lector y sobre todo en una sociedad como la de su época.
La escritora admite que la maternidad y los “deberes
maternos” le causaban una terrible frustración que le hacía sentirse alienada y
desligada de su actividad intelectual, teniendo para ella el mismo efecto
demoledor que la censura cuando sepultó su carrera. Afirma que, si bien la
maternidad, incluso en ella, fue un instinto natural, el motivo de que tuviera
un segundo hijo se debió al anhelo patriarcal de su marido por tener un hijo
varón, que ella satisfizo y que contentó a ambos, pues era lo que la sociedad
esperaba.
De este modo, tras el nacimiento de su hijo,
experimenta un fuerte sentimiento de esclavitud a la especie y, de algún modo,
de pérdida de su personalidad y su figura como mujer intelectual, pues la
sociedad no veía con buenos ojos la conciliación de estas dos facetas. Pero, al
contrario de lo que pueda parecer, Elena Soriano afronta su frustración y
episodios de depresión y se decide a representar el papel de madre modélica que
se espera de ella.
Así pues, en cuanto al contenido de la obra, la
autora lo califica de autobiografía sentimental, moral e intelectual. La
estructura externa de la novela consta de cinco partes, a través de las cuales
la escritora va relatando la vida de su hijo, partiendo de sus estudios en el
liceo y pasando por las diferentes etapas que atravesó su hijo; sus años de
rebelión estudiantil, su viaje a Roma en busca del conocimiento, donde fue
guiado por el gurú Maharaj-Ji, su experimentación con las drogas y, finalmente,
su muerte.
Estas cinco partes siguen un orden cronológico real
respecto a los acontecimientos que tuvieron lugar durante las mismas. No
obstante, en ellas, la autora introduce distintas variaciones temáticas, puesto
que no solo se va a limitar a referir la vida de su hijo, sino que documentará
paralelamente cómo era la sociedad del momento y cuál será su evolución a lo
largo de los años, haciendo de su novela un testimonio propiamente dicho y no
solo eso, sino también un estudio, a modo de ensayo.
Esto queda patente debido a que, al tratar diversos
temas como la psicoterapia en grupo, la legalización de las drogas, las
enfermedades mentales, las sectas religiosas etc., se puede observar que la
autora no se limita a hablar desde su propia experiencia o a expresar su propia
opinión, sino que proporciona datos concretos procedentes de teorías, fruto de
un estudio previo.
Asimismo, al documentar la situación política y
social que se vivía durante la posguerra española, Elena Soriano acomete una
crítica hacia esta.
El principal reproche que hace a la sociedad es el estar enfocada
más hacia el progreso económico que al moral, lo que derivó en una falsa
sensación de abundancia. También remarca el mal funcionamiento de la
universidad, que tuvo como consecuencia una serie de manifestaciones violentas
y el problema del abandono estudiantil.
A esto se suma la apertura de la libertad sexual
entre los jóvenes y los inicios de la experimentación con las drogas, pero no
censura estos hechos ni los hace culpables a ellos, sino que admite que el
error, tanto de los padres de su generación como del gobierno, fue el quitarle
importancia a la situación, no prestar atención y, sobre todo, el de la enorme
falta de comunicación intergeneracional.
Por otra parte si se analiza la obra desde un
enfoque psicoanalítico, se pueden intuir las distintas fases por las que va
pasando la autora, desde el aislamiento total hasta la aceptación final,
pasando por la ira, el pacto y la depresión.
A modo de dato curioso, una escritora que vivió una
experiencia paralela a Elena Soriano fue Carmen Martín Gaite, cuya hija también
tuvo una muerte prematura por causa de las drogas. No obstante, a diferencia de
Elena, la escritora prefiere no sacar a la luz ese doloroso capítulo de su
vida, puesto que, en palabras de la propia Carmen, le resulta demasiado duro
como para ser capaz de convertirlo en literatura.
Bibliografía
Alborg, Concha, Elena Soriano: El exilio interior. Cinco figuras en torno a la novela de posguerra: Galvarriato, Soriano, Formina, Boixadós y Aldecoa. Madrid, Ediciones libertarias, 1993, p. 84-90.
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