sábado, 12 de mayo de 2018

Las novelas de Ana María Matute


Desde niña, Ana María Matute siempre se ha sentido distinta al resto, como si no encajara. Debido a su timidez y a su tartamudez, decide refugiarse en su mundo interior, y, como consecuencia, comienza a escribir. Empieza inventando cuentos y crea una revista llamada Shibyl en la que ella misma hace las ilustraciones.
Desde entonces su imaginación no cesa: con diecisiete años escribe su primer libro, Pequeño teatro, que no verá publicado hasta 1954. Tendrá que esperar hasta 1948 para publicar su primera novela, Los Abel. A esta le seguirán Luciérnagas, que será vetada por la censura; Fiesta al Noroeste (1952) y Los hijos muertos (1958). Posteriormente escribe la trilogía de Los mercaderes que incluye Primera memoria novela que comentaremos posteriormente–, Los soldados lloran de noche (1964) y La trampa (1969), pese a que aparecen personajes comunes en estas novelas, no siguen el mismo patrón argumental. Poco después escribe La torre vigía (1971) una de sus últimas novelas antes de su parón literario. Vuelve a la escritura con Olvidado rey Gudú (1996), posiblemente su mejor libro de fantasía, y a pesar de que llevaba años escribiéndolo no avanzaba en su escritura, hasta que su amiga y agente literaria Carmen Balcells le obligó a terminarlo. Fue el regreso de Ana María a las librerías y bibliotecas de todo el mundo. Con la entrada del nuevo siglo ve la luz Aranmanoth, uno de sus libros más mágicos. Sus dos últimas novelas, Paraíso inhabitado (2008) y Demonios familiares (2014), cierran con broche de oro su trayectoria.
En muchas de sus novelas encontramos plasmada la infancia y la adolescencia, normalmente con personajes tristes y solitarios. Suelen ser niños que están entrando en la pubertad, momento en el que los dos mundos, el infantil y el adulto, colisionan y provocan un sentimiento de soledad y desprotección en el niño, como vemos en Aranmanoth y  en Primera memoria.
Obviando sus libros de fantasía, sus novelas tienden a desarrollarse durante la Guerra Civil o la posguerra, siendo este episodio determinante en la vida y las acciones de los personajes. Lo vemos en Luciérnagas o Demonios familiares, donde la contienda aparece como telón de fondo.
Para conocer mejor el interior de nuestra autora y su estilo, vamos a analizar brevemente Primera memoria (1959), novela por la que gana el premio Nadal en 1959.
Seguimos los pasos de Matia, una niña de catorce años que se ve obligada a vivir en la casa de su abuela debido a la ausencia de sus padres. Con el estallido de la Guerra Civil quedan aislados, por lo que Matia tendrá que convivir con su autárquica abuela, con su cruel primo Borja y con su tía Emilia. Con la influencia de su primo Borja, nuestra protagonista se irá adentrando poco a poco en el mundo de los adultos, teniendo que deshacerse de su infancia, algo para lo que todavía no está preparada. Por ello, llegará a un punto en el que ya no es una niña, pero tampoco una mujer.
La niñez de Matia se refleja en su incomprensión del mundo, de las actuaciones de los mayores y del apego a sus juguetes: a ese teatro de cartón que ha olvidado en su tierra natal; a Gorogó[1], un muñeco negro que le acompañará durante la novela. Sin embargo, lo terminará perdiendo, como también irá desprendiéndose, poco a poco, de su inocencia. Con cierta reminiscencia autobiográfica, Matia nunca llegará a adaptarse a su nuevo hogar, seguirá a Borja y se relacionará con los niños del lugar, nunca con niñas, siempre estando discriminada por ser mujer. Odiará su condición femenina por las trabas sociales que ello le impone, así como por el recordatorio constante, por parte de su abuela, de que debe cuidar y potenciar su belleza si quiere ser algo en la vida. Matia no encajará entre los demás por haber sido criada en un ambiente más liberal, así como por tener un padre “rojo”. Su inadaptación se acentuará al hacerse amiga de Manuel, el chico señalado y marginado de la isla.
Sin embargo, Matia no es la única que da el paso hacia la adolescencia, también lo dan Borja, José Antonio, Manuel y el resto de los niños que, a pesar de que siguen estando en la infancia, lo demuestra el episodio de la casa de Jorge de Son Major, juegan a ser adultos, a la guerra, a beber y a fumar, sin llegar a comprender el mundo de los mayores, que poco a poco los va devorando.
Como vemos, la soledad y la tristeza están presentes en cada página y en cada personaje, pues Matia no es la única solitaria y falta de amor. Del mismo modo lo son Borja y Manuel, aunque cada uno lo exprese de una manera.
Ana María construye una novela completa en la que recoge temas controvertidos en los que normalmente se profundiza poco, como: el paso de la niñez a la madurez con los problemas que ello causa; la crudeza de la guerra; los prejuicios de la sociedad y el señalamiento masivo a quienes piensan diferente, como ocurre con Manuel y su familia; la desigualdad de género y el trato que se le da a la mujer, quien tiene interiorizado un rol antiquísimo; la mentira como único modo de supervivencia en el mundo de los mayores… A través de cuidadas descripciones y un tono pausado, pero siempre activo, se construye Primera Memoria dentro de una atmósfera asfixiante que nos recuerda vagamente a la descrita en Nada de Carmen Laforet, cuya protagonista, Andrea, tiene puntos en común con la pequeña Matia. De igual modo, la abuela de Matia evoca a la Bernarda Alba de Lorca. Aunque es posible que estas uniones no sean intencionadas, nuestra autora crea un riquísimo mundo en el que vale la pena sumergirse.

BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA




[1] En uno de los viajes del padre de Ana María, le trae un muñeco negro al que llamará Gorogó y que luego trasladará a su novela.

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