Desde niña, Ana María Matute siempre se ha sentido
distinta al resto, como si no encajara. Debido a su timidez y a su tartamudez, decide
refugiarse en su mundo interior, y, como consecuencia, comienza a escribir. Empieza inventando
cuentos y crea una revista llamada Shibyl en la que ella misma hace las
ilustraciones.

En muchas de sus novelas encontramos plasmada la
infancia y la adolescencia, normalmente con personajes tristes y solitarios. Suelen
ser niños que están entrando en la pubertad, momento en el que los dos mundos,
el infantil y el adulto, colisionan y provocan un sentimiento de soledad y
desprotección en el niño, como vemos en Aranmanoth
y en Primera memoria.
Obviando sus libros de fantasía, sus novelas tienden a
desarrollarse durante la Guerra Civil o la posguerra, siendo este episodio
determinante en la vida y las acciones de los personajes. Lo vemos en Luciérnagas o Demonios familiares, donde la contienda aparece como telón de
fondo.
Para conocer mejor el interior de nuestra autora y su
estilo, vamos a analizar brevemente Primera
memoria (1959), novela por la que gana el premio Nadal en 1959.
Seguimos los pasos de Matia, una niña de catorce años
que se ve obligada a vivir en la casa de su abuela debido a la ausencia de sus
padres. Con el estallido de la Guerra Civil quedan aislados, por lo que Matia
tendrá que convivir con su autárquica abuela, con su cruel primo Borja y con su
tía Emilia. Con la influencia de su primo Borja, nuestra protagonista se irá
adentrando poco a poco en el mundo de los adultos, teniendo que deshacerse de
su infancia, algo para lo que todavía no está preparada. Por ello, llegará a un
punto en el que ya no es una niña, pero tampoco una mujer.
La niñez de Matia se refleja en su incomprensión del
mundo, de las actuaciones de los mayores y del apego a sus juguetes: a ese
teatro de cartón que ha olvidado en su tierra natal; a Gorogó[1],
un muñeco negro que le acompañará durante la novela. Sin embargo, lo terminará
perdiendo, como también irá desprendiéndose, poco a poco, de su inocencia. Con
cierta reminiscencia autobiográfica, Matia nunca llegará a adaptarse a su nuevo
hogar, seguirá a Borja y se relacionará con los niños del lugar, nunca con
niñas, siempre estando discriminada por ser mujer. Odiará su condición femenina
por las trabas sociales que ello le impone, así como por el recordatorio
constante, por parte de su abuela, de que debe cuidar y potenciar su belleza si
quiere ser algo en la vida. Matia no encajará entre los demás por haber sido
criada en un ambiente más liberal, así como por tener un padre “rojo”. Su
inadaptación se acentuará al hacerse amiga de Manuel, el chico señalado y
marginado de la isla.
Sin embargo, Matia no es la única que da el paso hacia
la adolescencia, también lo dan Borja, José Antonio, Manuel y el resto de los
niños que, a pesar de que siguen estando en la infancia, lo demuestra el
episodio de la casa de Jorge de Son Major, juegan a ser adultos, a la guerra, a
beber y a fumar, sin llegar a comprender el mundo de los mayores, que poco a
poco los va devorando.
Como vemos, la soledad y la tristeza están presentes
en cada página y en cada personaje, pues Matia no es la única solitaria y falta
de amor. Del mismo modo lo son Borja y Manuel, aunque cada uno lo exprese de
una manera.

BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA
- GAZARIAN-GAUTIER, M.L. (1997): Ana María Matute: la voz del silencio. Madrid. Espasa Calpe.
- MATUTE, ANA MARÍA (1994): Primera memoria. Barcelona. Destino.
- Escritoras.com (2014): “Ana María Matute”: http://escritoras.com/escritoras/Ana-Maria-Matute [Consulta 11 de mayo de 2018].
- El País (2014): “El renacimiento de Ana María Matute”: https://elpais.com/elpais/2014/07/18/eps/1405691876_838628.html [Consulta 12 de mayo de 2018].
[1] En uno
de los viajes del padre de Ana María, le trae un muñeco negro al que llamará
Gorogó y que luego trasladará a su novela.
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