lunes, 14 de mayo de 2018

La novela que llevó a la fama a Elena Quiroga VIENTO DEL NORTE


La novela que llevó a la fama a Elena Quiroga

Viento del Norte



Elena Quiroga es la autora de la novela Viento del Norte (1951) con la que gana el Premio Nadal ese mismo año. Tras Carmen Laforet, fue la segunda mujer en recibir el galardón.
La obra comienza con el nacimiento de Marcela en La Sagreira, un pazo gallego cerca de Santa María. Su madre se llama Matuxa, una de las criadas de Álvaro. Matuxa tiene la popularidad de ser hechicera, además ya es una mujer mayor, y Marcela nace fruto de una relación indeseada. Ya desde el comienzo, Matuxa intenta ahogar a su hija, pero Juan, otro joven criado, la detiene. Ermitas, la ama de llaves de La Sagreira, ya de elevada edad, acepta hacerse cargo de la pequeña. De la madre de Marcela ya no se vuelve a saber nada, más adelante hay rumores de que ha fallecido.
Álvaro es el amo de La Sagreira, un hombre sensible y honrado de unos treinta años. La infancia de Marcela se desarrolla en la casa señorial de Álvaro, que vive con ella desde que nace. Es una joven independiente, con fuerza, pero a la vez se muestra con timidez. La pequeña se ha criado en La Sagreira, pero siempre ha sido tildada de ser una hija ilegítima y hechizada, y todas las criadas como Rosalía, Dolores y Herminia la rechazan. A pesar de que Juan, el hombre que se encargaba de los animales en el pazo, salvó a Marcela el día de su nacimiento, siente un gran odio hacia ella. Todo se explica porque Juan estaba enamorado de Matuxa, la madre de Marcela, y pensar que había tenido una hija con otro hombre le hacía rechazarla y acusarla de estar maldita. Como vemos, desde que nace, sufre el repudio de todos, menos de Álvaro y Ermitas, que siempre la han acompañado y cuidado.
La protagonista va creciendo y Álvaro ya no la ve como a una niña, sino que aparece en él un deseo sexual más allá de la amistad. Álvaro se da cuenta de que está perdidamente enamorado de aquella joven. Marcela decide aceptar la relación y casarse con él, a pesar de ser treinta años más joven que su marido. Su relación está basada en la pura estrategia, ya que ama su Galicia rural y todo lo que le rodea y si quiere permanecer allí, debe casarse. Durante su matrimonio, forman una familia y tienen a su pequeño “Alvariño”.
La figura de Ermitas me recuerda un ápice a la de La Celestina de Fernando de Rojas, esa relación entre la Celestina y Melibea me parece un precedente de la situación entre Ermitas y Marcela. Ermitas cumple la función de madre, pero también de Celestina.
En la obra aparece otra familia, Don Enrique, doña Lucía y sus hijos Jorge, Miguel, Dorila, Tula, Ángela, Manuela y Lucía. Son los tíos y primos de Álvaro, que viven en el pazo Cora. Don Enrique es un hombre cruel, mientras que doña Lucía es una mujer dulce, pero a su vez luchadora. Cada uno de los primos tiene una historia distinta, por ejemplo, a Jorge le encanta vivir en el pazo, sin embargo Miguel quiere independizarse y casarse con Saruca, pero no se atreve sin antes pedir a sus padres la aprobación. Dorila se traslada a vivir a Cuba, Tula es una mujer enferma con la que Álvaro pasa horas a su cuidado, ya que valora su gusto por la literatura como él, con el paso del tiempo, la joven muere. Ángela y Manuela toman el camino de Dios y se convierten en monjas. Y Lucía, la pequeña, es un apoyo para Marcela, pero cae enferma, aunque luego se recupera y se casa con su médico Joaquín.
Como en toda tragedia amorosa, el destino que les espera a la pareja es el de la muerte, en este caso  la de él. Además, Quiroga narra la muerte de Álvaro de forma magistral. Durante toda su vida había estado escribiendo un libro por el que tenía pasión. En el momento en que ese libro se quemara, Álvaro habría muerto. Y así culmina la obra:

“«Quiero a este libro más que a mi vida.» Fué cosa de un segundo: «Si el libro arde es que Álvaro ha muerto.» Fué más que un pálpito, una seguridad, fría y cortante. Como si no fuera ella quien moviese sus propios miembros, se volvió hacia la butaca. Vió la blanca cabeza caída sobre el pecho, y la mano izquierda colgando cerca de la mesita, volcada sobre el fuego. Debió empujarla en el último estertor. Abatido el laurel. Marcela gritó.” (p.231)

Escena de la película Viento del Norte de Momplet

Quiero destacar el buen prólogo que escribe Lourdes Ortiz en la obra. Señala la riqueza que tiene leer una obra de la posguerra en la actualidad. Ortiz fue de la época de Quiroga, los niños de los cincuenta, y desconfiaban de la literatura española porque había una gran censura, por lo que estaban interesados por la literatura extranjera. Compara a Marcela con Catalina Earnshaw, la protagonista de Cumbres Borrascosas (1847) de Emily Jane Brontë. Catalina también es una mujer fuerte, rebelde, un personaje femenino que rompe con los cánones establecidos. Esta novela también fue creada por una joven como Quiroga. Creo que también se puede comparar con Andrea de Nada, otra chica valiente e independiente que protagoniza la obra.
Como publiqué en la anterior entrada a este blog, Quiroga denuncia el machismo y la preparación de la mujer a una vida esclava con el único fin del matrimonio y el cuidado de los hijos. En Viento el Norte vemos cómo, incluso una mujer, tiene el pensamiento corrompido de la España franquista respecto a la subordinación femenina, me refiero a las palabras de doña Lucía: 


“A mis hijas las educo yo. Como unas señoritas, Enrique” (p.27). “¿Solteras? No tal, Enrique, que no se hicieron las mujeres para solteras, y luego se vuelven amargadas, y se llenan de manías. No quiero hijas solteras” (p.56). 

El mundo que viven en el pazo es cerrado, lúgubre, y por ello me recuerda mucho a la ambientación de La casa de Bernarda Alba de Lorca, en la que también se condensaban todas las pasiones en un mismo lugar al mando de Bernarda que oprimía la libertad de sus hijas, en especial la de Adela, otra joven protagonista con ansias de libertad.
También aparecen los triángulos amorosos, por ejemplo, Don Francisco, el juez, se enamora de Marcela cuando ya está casada con Álvaro y se pregunta:

“Don Francisco no podía menos de imaginársela, entregada a un viejo, satisfaciendo a un viejo. Porque, para la soberbia de sus veintiocho años, Álvaro era un viejo ya. Había observado que el matrimonio apenas se hablaba. ¿Por qué y cómo casó Álvaro con Marcela? Cada vez lo comprendía menos.” (p.209).

Se dan situaciones entre el juez y Marcela donde se la dignifica por su valentía:

“Instintivamente se vuelve hacia el juez, y desde su asombro siente unas manos ardientes en su talle, y precipitada, hambrienta, una boca sobre ella. Se levanta, le empuja. La boca se aplasta contra su garganta. Marcela lo rechaza. Con un desplante de hembra, forzuda y aldeana, lo rechaza con fuerza tal que don Francisco se tambalea. Asqueada se lleva la mano a la garganta. La verdad cuesta en adentrársele. «Me ha besado. Me ha besado…»” (p.229).

En Viento del Norte también se dan las claves sobre cómo tiene o no tiene que ser un hombre de provecho, con palabras como las de Don Enrique, tío de Álvaro:

“El hombre que no gusta de la caza y las mujeres por la madrugada, y del vino a todas horas, es hombre a medias” (p. 27).

Las mujeres también tendrán una cierta predilección hacia hombres rudos, valientes, fuertes y varoniles. Álvaro, el rico terrateniente, aparece como un personaje delicado, sentimental, creyente, franco, pensativo y observador. Todas estas características le restan de ser un hombre seductor. Según su tío Enrique, Álvaro era un hombre a medias. En el final de la obra, cuando está ya en sus últimos momentos, Álvaro se arrepiente de no haberle enseñado 'las labores de los hombres a su hijo', hasta ese punto llega la presión de la sociedad, que también era difícil para ellos:

“¡Lástima! Hubiese gustado de enseñar al hijo cómo se caza, porque hoy cundía el afeminamiento hasta en eso… Sonrió. Con los años iba volviéndose como el tío Enrique; a él también, de rapaz, el tío Enrique le decía que se cazaba mejor en los tiempos suyos.”  (p.201)

Formalmente, es una novela ligeramente complicada ya que alude a términos que son difíciles de entender porque en sus diálogos mezcla el castellano con el gallego. Esta riqueza léxica y de imágenes rurales solo pueden darse en una autora con origen gallego que quiere mostrar su tierra natal en estado puro.


BIBLIOGRAFÍA
Quiroga, E. (1951). Viento del Norte. Premio Eugenio Nadal 1950. Ediciones Destino.
Zovko, M. (2011). Educación femenina y masculina a través de la narrativa de Elena Quiroga. Itinerarios: revista de estudios lingüísticos, literarios, históricos y antropológicos, (12), 223-238.

(La novela está disponible en formato digital en Lectulandia. Adjunto su enlace: https://librosparaelmundo.files.wordpress.com/2018/03/viento-del-norte-elena-quiroga.pdf )

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